Ficha del personaje

 

Caos tiene quince años y es adoptado. Su madre lo adoptó cuando tenía dos años y trabajaba en Corea del Sur, en la Asociación Médicos sin Fronteras. Su padre adoptivo, que era enfermero, murió cuando él tenía cinco años y no lo recuerda mucho. Tampoco tiene recuerdos de su país de origen. 

Caos es su mote. En realidad no se llama así, sino Víctor. El mote se lo puso su mejor amiga, Carolina, que también es la vecina de la puerta de al lado. Porque de pequeño era muy desordenado. Sigue siéndolo para desesperación de su madre. 

«Carolina te conoce», suele decirle ella. «Porque esta habitación es un verdadero caos. Por Dios, Víctor, recoge. Si tienes aquí de todo… ¿Qué es esto?». Y levanta uno de los experimentos de Víctor, que se apresura a quitárselo. Y no le explica a su madre qué es. No lo entendería, así que para qué molestarse. 

Caos está a gusto con Carolina pero le cuesta mucho hacer amigos. Es callado y bastante introvertido. Le encanta tocar la guitarra, leer y ver series en la televisión, pero el tema «fiestas» al que algunos de los chicos de su edad se apuntan no le emociona demasiado. 

Parece que es que, además, la gente de su edad no sabe divertirse sin beber. Y el alcohol no le gusta demasiado. Ni el tabaco. Ni otras cosas. «Mi único vicio es el chocolate con almendras», piensa y se ríe. «Bueno, y las galletas». 

Su madre hace unas galletas de pepitas de chocolate espectaculares. Lástima que tenga tan poco tiempo para cocinar. 

Como estudiante, Caos no es de los empollones de la clase. Le gustan las asignaturas más de Letras que de Ciencias y no tiene ni idea de qué quiere ser de mayor. Su madre insiste en que tiene que dejarse de pensar en pajaritos preñados y decidir qué quiere hacer con su vida, pero él aún no tiene claro qué hacer. 

«Para toda la vida» le suena a mucho tiempo. Víctor no cree poder dedicarse a una sola profesión todos los días de su vida. Porque ningún trabajo de los que su madre considera serios le llenan de esa manera. 

Pero sí que tiene un sueño: que alguien cante las canciones que compone a la guitarra y poder vivir de su música. No ser cantante, eso no, no soportaría la presión de la gente. Y no cree tener muy buena voz. 

Además de que salir delante de gente en un escenario es imposible para él. «Lo pasaría demasiado mal», piensa.


Relato



EL AUTOBÚS

—Hola, no te había visto por aquí —le dijo la chica, sentándose más erguida en el banco de la marquesina. 

Caos sonrió pero no contestó. No le gustaba que la gente hablara con él. Solo quería coger el autobús y ya. La chica volvió a la carga. 

—Hace buen tiempo, ¿verdad?

Caos asintió. Parecía que no estaba acostumbrada a que no le respondieran así que lo intentó de nuevo. 

—¿Estás esperando el número treinta?

Se rindió. Era evidente que tenía que contestar algo. 

—Sí. ¿Y tú?

Ella negó con la cabeza pero no le respondió. Caos enarcó las cejas. Le recordaba a su amiga Carolina, con aquella melena rubia. Igual de risueña, pero con los ojos azules. Unos ojos que en aquel momento tenían una mirada de pánico que antes no estaba ahí. 

—¿Estás bien? —le preguntó. 

—El ciento uno —dijo ella, con un tono nervioso. 

—¿Cómo dices?

—Que creo que estoy esperando el ciento uno. 

«¿Creo? ¿No sabía qué autobús iba a tomar?», pensó el chico, extrañado. 

—¿A dónde va el tuyo?

—¿Disculpa?

—¿Tu autobús? ¿A dónde va?

Caos vaciló. No le hacía gracia dar información a desconocidos, pero lo cierto es que la chica podía mirar en el mapa dónde iba el treinta sin problemas. 

—Al centro. 

—Ah, qué lastima. 

—¿Por?

—Pensé que iría a un sitio agradable, como un parque. O algo así. 

Caos se rió y ella arrugó la nariz. Por un momento, el chico se sintió Alicia observando al conejo blanco. Casi esperó que ella se levantara con un enorme reloj y saliera corriendo hacia una madriguera al fondo de la calle. Pero, lógicamente, la chica no lo hizo. 

—¿Vas al instituto? —preguntó en vez de salir corriendo. 

—Sí. 

—Lo sabía. Pareces muy inteligente. 

Él se ruborizó. Lo de recibir cumplidos inesperados en la parada del autobús no era precisamente lo ideal para su introversión. 

—¡Oh, vaya! —exclamó ella entonces. 

Y Caos casi esperó que dijera después «¡Que le corten la cabeza!», pero la chica extendió la mano derecha con la palma hacia arriba y exclamó: 

—Está lloviendo. Espero que no tarde demasiado tu autobús. Ahí viene el mío. 

Le pareció escuchar que murmuraba: «O eso espero». 

—Adiós. 

—Encantada de conocerte —se despidió ella con una sonrisa. 

Días después vio su cara en las noticias, el mismo cabello rubio, los mismos ojos azules. Sus padres la buscaban. Se llamaba Alicia.